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El País Semanal  (18/01/2018)

Lola Morón

La anorexia nerviosa es una enfermedad mental documentada desde hace siglos. Las santas sacrificaban la comida para liberarse de las impurezas del cuerpo. Las mujeres del Romanticismo aspiraban a tener una figura frágil. Sus víctimas contemporáneas son los adolescentes, chicas en su mayoría, condicionados por el afán de supuesta perfección.

PARECE UNA epidemia más de nuestra época. Siempre está presente, ya sea en nuestro círculo más próximo o en los medios de comunicación. La plataforma de series y películas Net­flix trata la anorexia nerviosa en To the Bone (Hasta el hueso), una de sus últimas producciones. Pero esta enfermedad mental, que sufren más mujeres que hombres, es bastante antigua, aunque no fue descrita como tal hasta finales del siglo XIX. Ha sido a través de algunos testimonios de aristócratas y religiosas anteriores a esa época (las únicas que podían permitirse escribir sus memorias) como hemos podido estudiar esta patología a lo largo del tiempo. Santas como Clara de Asís y Catalina de Siena en la Edad Media, o Teresa de Jesús en el siglo XVI, cada una con sus particularidades, son ejemplos de mujeres que intentaban controlar su apetito como muestra de ascetismo, tal y como narraba Rudolph Bell en su clásico libro Holy Anorexia (La santa anorexia), publicado en 1985. Algunas se alimentaban solo con la Sagrada Forma, sacrificaban la comida para liberarse de su cuerpo, material e impuro. Algunas seglares, por su parte, pasaban hambre para evitar ser deseadas, ya que solo el hombre podía renunciar a un matrimonio concertado. Ellas, en cambio, no tenían elección. La libertad femenina se limitaba a la posibilidad de ser repudiada, pudiendo entregar su vida a Dios, a la Iglesia y al estudio. Cuenta la leyenda que santa Librada —también conocida como Santa Wilgefortis y apodada la santa barbuda— rogaba a Dios que la convirtiera en un ser repulsivo para mantener su virginidad. La delgadez extrema a la que se sometió le provocó un fuerte desorden hormonal que derivó en un exceso de vello en la cara y en todo el cuerpo.

 

Durante el Romanticismo, en el siglo XIX, se rendía  culto al aspecto débil y enfermizo como expresión del rechazo al racionalismo imperante en el siglo anterior. Ese tipo de belleza frágil fue la que se reflejó en el personaje de Margarita Gautier, la protagonista de La dama de las camelias, de Alexandre Dumas (hijo), inspirada en la figura de Marie Duplessis. Aquella cortesana francesa era pálida, tenía la piel de porcelana, los ojos saltones (por falta de grasa periocular) y ojeras. Unos rasgos que se atribuyen a la tisis que sufrió, pero que también podrían ser consecuencia de una anorexia. Ayunar se convirtió en una buena herramienta para conseguir ese aspecto, deseable desde un punto de vista intelectual. De ahí que en las sociedades occidentales no se conciba a un santo o a un intelectual obeso. La delgadez fue un símbolo de rebeldía y liberación en el siglo XX. La vemos en las siluetas, gráciles y alargadas, de los retratos de Modigliani y las esculturas de Giacometti. Actualmente, la delgadez es el canon estético predominante. El nexo psicopatológico que comparten las personas que han sufrido o sufren anorexia se basa, en primer lugar, en la importancia que le dan al cuerpo; luego, en la necesidad de control —empezando por el propio organismo, al que niegan sus necesidades básicas—, y, por último, en rebelarse contra un futuro programado, social y biológicamente. Los adolescentes son las principales víctimas de esta enfermedad, condicionada sobre todo por los estereotipos culturales.

 Las causas de la anorexia están más presentes en la búsqueda de la propia identidad del adolescente, inconsciente —individual y colectivo— de ser ‘perfecto’.

La imagen de la mujer triunfadora es delgada, masculina, rebelde y capaz de controlar el apetito. Capaz de controlarlo todo. De actuar como un hombre. Las chicas voluptuosas han sido vistas (y condenadas) en muchas ocasiones a la procreación y al cuidado. Con la menstruación, la niña se enfrenta al duelo por la pérdida de la inocencia y la armonía del cuerpo infantil. Muchas pueden rechazar una madurez abrupta, no les gusta exponerse al deseo, así que intentan tener un cuerpo asexual, en una forma de niñez eterna. Y esa negación de la sexualidad pude llevar a evitar la ingesta de alimentos.

Como sucede con otras enfermedades mentales, tratamos de encontrar motivaciones que la justifiquen. Pero si queremos dar con la razón de ser de la anorexia y, sobre todo, del aumento del número de casos en los dos últimos siglos, no debemos mirar solamente a las pasarelas. Sus causas están más presentes en la búsqueda de la propia identidad del adolescente. En el rechazo que tienen las chicas a la imagen de mujer madura y fértil. En el control de algunas tentaciones. En el deseo inconsciente —individual y colectivo— de ser perfecto. La sociedad debería replantearse sus valores. Hasta que el cuerpo femenino no deje de verse como objeto de deseo o como provocación, las adolescentes seguirán teniendo un conflicto con la imagen que proyectan. Hasta que la mujer sea aceptada sin tener que demostrar capacidades extraordinarias, seguirá necesitando rebelarse.

El arte de pasar hambre

— En el libro Un artista del hambre, Franz Kafka retrata a un artista de circo cuya “habilidad” consistía en no comer. Era ayunador profesional.

— A finales del siglo XIX se puso de moda que los circos ambulantes presentaran personas enjauladas muy delgadas, normalmente debido a las secuelas externas de alguna enfermedad rara o por alguna habilidad que habían adquirido. La atracción por la delgadez extrema tenía mucho que ver con el morbo que suscitaba, pero también se

admiraba su capacidad de control y disciplina, muchas veces necesaria para llegar a esa situación.

— Para el protagonista del relato de Kafka, ayunar era motivo de orgullo profesional. Pero las modas fueron cambiando y el público comenzó a ignorarlo.

— Antes de morir, el triste y olvidado artista confiesa que nadie debería admirar su figura. En realidad él hacía dieta porque no le gustaba ningún alimento.